Autor: Piedad Vargas
La existencia del fenómeno estético del kitsch en las sociedades contemporáneas es un tema peliagudo pero inevitable. No se trata solamente de un hecho estético, sino que por prolongación a los más diversos campos de la creación humana, puede formularse como un fenómeno cultural.
Llegó con la modernidad y todo parece llevarnos a pensar que seguirá “acechando” a las sociedades actuales durante largo tiempo. Desde que hizo su aparición en el siglo XIX, lo kitsch ha transgredido límites cronológicos, geográficos y culturales tan rápidamente, que podría establecerse como uno de los primeros fenómenos culturales de la globalización occidental, muchos años antes de que se hablase de ella.
Su influjo se ha observado en casi la totalidad del mundo, diferenciándose tan sólo en los medios económicos con los que cuenta cada lugar y en los significados culturales a que se hace referencia en cada uno de esos emplazamientos.
Los principios del kitsch pueden adivinarse en casi todos los ámbitos de la creación humana, entre lo que obviamente se encuentra el arte.


Interpretar y comprender el fenómeno del kitsch
Podemos comenzar a caminar en nuevas direcciones para llegar a interpretar y comprender, de manera correcta, el fenómeno del kitsch. Dirigiendo nuestros pasos o otros territorios diferentes, alejándonos de los manidos discursos relacionados con el buen y el mal gusto. Lo que implica hacer, especial hincapié, en la educación sobre el gusto, apartando lo que se ha entendido de forma convencional y tradicional como aceptable y lo que ha sido descartado como tal.
Dar el salto y poner el foco de atención en el hecho de educar en el propio proceso de la experiencia estética crítica, con la intención de que cada individuo sea capaz de desarrollar su propia libertad, tenga los medios adecuados para construir su identidad estética personal y con ellos pueda desarrollar su propia experiencia estética acorde a sus criterios.

